LA MEMORIA HISTÓRICA: UNA HISTORIA DIFERENTE...


Esta es una historia de esas que te reconcilian con la humanidad, con el género humano y con el bien que habita en todos nosotros, al mismo tiempo podría ser una historia de “la memoria histórica” de esas que no interesan a los políticos, porque con ella no se puede hacer “causa partidista” porque el bien con mayúsculas no entiende de ideologías, solamente de humanidad.

Durante algunas semanas de nuestra GUERRA CIVIL, la ciudad valenciana de SAGUNTO se convirtió en una especie de tierra de nadie. Los Nacionales la asediaban por el norte y los republicanos la defendían desde el sur. Y hubo momentos en que no fue de unos ni de otros. Cuando unos lograban entrar en ella, conseguían rechazar a los otros y obligarlos a abandonarla. Pero no podían quedarse porque, enseguida, sucedía lo contrario. Y poco a poco la ciudad fue quedando despoblada de hombres y jóvenes adultos, por las consecuentes represiones de uno y otro lado, hasta el punto de que en SAGUNTO apenas quedaban mujeres, ancianos y niños, muy pocos hombres y jóvenes, que hubiesen conseguido pasar el filtro, tanto nacional como republicano, de las ejecuciones indiscriminadas que se producían cada vez que la ciudad cambiaba de manos…

Un buen día apareció un camión, se detuvo en el centro de la ciudad y todo el mundo se dio cuenta de que eran milicianos republicanos los que iban en él. Se bajaron y comenzaron a gritar que hacían falta más soldados para impedir que los nacionales entraran de nuevo y se hicieran con la ciudad, que la situación en las trincheras del sur era patética y que necesitaban nuevos hombres para seguir resistiendo el avance del ejército nacional. Se trataba de defender SAGUNTO como bastión de izquierdas hasta el final. La apelación dio resultados y comenzaron a presentarse voluntarios (por supuesto, de izquierdas y de ideas republicanas). Entre ellos, dos muchachos de quince y dieciocho años muy conocidos por la militancia izquierdista de toda la familia, que decididos subieron a la caja del camión, dispuestos a seguir luchando por su ciudad, para que no cayera en manos de los nacionales.

Pero hete aquí que, de repente, aparece una anciana mujer de la casa vecina a la de los jóvenes y, con enorme energía y determinación, ordenó a los dos chicos que se bajasen de inmediato del camión. Y ellos -perplejos- le obedecieron. Era la abuela de una familia de derechas, a la que los de izquierdas le habían matado ya al marido y a un hijo. Lo curioso es que esta anciana mujer era vecina de la familia de los jóvenes a los que acababa de ordenar que se bajasen del camión, a la sazón dos familias irreconciliables, por los avatares de la guerra y de las ideologías, y que vivian puerta con puerta. Es sorprendente desde luego que los dos jóvenes de izquierdas hicieran caso a la anciana de la familia odiada, de derechas, que les daba la orden insólita de bajar del camión que iba a llevarles a defender su propia causa (la de "izquierdas"). Pero la mente humana es así. Seguramente los jóvenes quedaron tan apabullados por la firme actitud de la anciana como el resto de milicianos del camión, pues ninguno puso reparo a que los jóvenes volvieran a bajarse del camión, ni increparon a la anciana por meterse “donde no la llamaban”.

Una vez se bajaron los muchachos, los del camión arrancaron y desaparecieron del lugar por el mismo camino por el que llegaron. La anciana, custodiada por los dos jóvenes, hizo de tripas corazón y se dirigió donde la familia rival, la enemistada, la odiada, para hablar con los padres de los muchachos. Según les explicó, se dio cuenta de que aunque los del camión iban vestidos de milicianos, nadie se dio cuenta, salvo ella de un detalle que desentonaba en el conjunto, y era que “llevaban botas del Ejército Nacional”. En efecto, los del camión no eran milicianos, eran nacionales disfrazados de milicianos. Habían ido a reclutar gentes de izquierdas, pero no era para llevarlos a defender SAGUNTO, sino para matarlos y ejecutarlos en cualquier cuneta del camino ¡Se trataba de una trampa! Y es que, la pobre mujer, no quería, como madre (ideologías y rencores aparte) que a los hijos de su vecina les pasara como al suyo, que se los matasen.

Sin duda, una historia diferente, de aquel periodo incomprensible que fue, para nuestra historia reciente, la GUERRA CIVIL española.