Samaritanas



-¿Cómo tú siendo judío me pides de beber a mí que soy Samaritana? (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos). Jesús le respondió:

-Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice "dame de beber", tú le habrías pedido a él y él te habría dado el agua viva.

Siempre que veo a una Samaritana del Amor, me viene a la memoria estas palabras evangélicas. No puedo evitarlo entre una melancolía y un desagrado ante lo injusta que me resulta la vida al ver a estas personas venderse -y sin entrar en motivaciones- para salir adelante en la vida.
Las suelo ver de vez en cuando, cuando montado en el coche con mi pareja, suelo pasar por una conocida autovía mediterránea. Y siempre le digo lo mismo: ¡Pobres chicas! ¡qué penoso me resulta todo!. A lo cual, me responde que yo no conozco las motivaciones de esas personas para hacer lo que hacen y que quizás haya algunas que lo hagan como vía fácil para prosperar y salir adelante en medio de sus vicios.
Puede ser, es discutible. Pero ver una de esas escenas es como recibir un mazazo al acomodo en el que nos encontramos el resto de los mortales. Y resignarme a verlas cada vez que paso, es resignarme a una vida despreocupada y poco solidaria.
Es increible lo poco que ha cambiado la vida desde sus inicios. Lo poco que se ha avanzado para eliminar injusticias sociales. Y lo insolidario que sigue siendo el género humano que es capaz de pagar para dar infelicidad y amargura a las personas.