¡Ay Manolita!



Mi tía Manolita emigró desde el pueblo a su Madrid añorado cuando, después de contraer matrimonio, su esposo encontró trabajo en la Villa y Corte. Y, fue entonces cuando subió de siete en siete los escalones de las clases sociales, situándose -según ella- en la cúspide de la pirámide normativa que diría un tal Kelsen y pasando así a convertirse en la Norma Suprema que es, según ese autor, la Constitución -Mater el Magistra de toda la Legislación del Mundo Mundial en una Nación o Estado-.
Fué entonces cuando de llamarse "La Tita", pasó a ostentar el título de "Doña"... Doña "Manolita", ¡claro! porque en Madrid la gente fina siempre lleva el diminutivo en su nombre -como ella fue advirtiendo en Tita Cervera, en Paquita Ridruejo e incluso en Marujita Díaz-.
Y así, pasó de ser miembro de la clase labradora y agricultura -de señorita de pueblo bien viviente y alimientada con creces, con derecho a vestido lujoso y reloj de marca- a toda una Señora de rompe y rasga con derecho a título entre sus amistades madrileñas.
Pues eso... Mi tía Tita, o sea, mi tía Dña Manolita, cuando volvía al pueblo lo hacía luciendo sus aires de grandeza y contando a sus hermanas lo bien que su cuerpo vivía en los Madriles refregando su nuevo Status social y poniendo ojos furiosos cuando alguien le llamaba " La Tita". Así, mi tía Tita pasaba a convertirse en una fiera cuando oía por el pueblo las típicas palabras:

-¡Fulana! Que ha venio la Tita.
-¡Pero hostia! ¡Y yo sin enterarme!... ¡ahora mismo voy a ver a la Tita!

Y ella se empeñaba en hacer ver a las paisanas que ya no era "Tita", que ahora era "Dña. Manolita; todo con vanos resultados, dicho sea de paso pues las paisanas no comprendían cómo si siempre fue Tita ahora era Dña. Manolita.

Yo... también sea dicho de paso, para "joder", siempre le digo "la ilustre Sra. Dña. Tita" cuando la veo o la saludo... a lo cual, ella siempre me replica con un saludo tratándome de "Sr. Obispo". No entiendo por qué... porque yo, de obispo, no tengo nada... jajajaj! Supongo que será por mi reclusión en un internado religioso hace años...

El caso es que mi tía Tita me ha invitado a la boda de uno de sus Ilustres hijos. Y he de reconocer que para lo que es mi tía Tita, sus hijos son una manada de "melones" más sosos que un pepino, pues tener unos primos que nunca te han alzado la susodicha parte es como no tener nada, y estos primos, a diferencia de mi primo Tony que me alzaba el calabacín cada vez que venía los veranos y se cambiaba de bañador en mi presencia, estos primos -digo- carecen de toda la gracia sexual y son incapaces de alterarme ninguna de mis hormonas, ya de por sí alteradas.

Y claro... ahora viene la alteración de nervios, porque para invitarme, mi tía Tita ha tenido a bien dirigirme las siguientes palabras:

-¡Oye, Sr. Obispo! ¿tú vienes a la boda sólo o acompañado? Porque, claro... te tendremos que mandar la invitación como dios manda...

-Pero Reverendísima tía Tita, vulgo apelatur Reina y señora de todos los Madriles -le dije yo-: yo toda la vida con pareja. (Y eso lo dije porque entiendo que mi Tía Tita, de muy mala hostia, me echa en cara mi soltería).

-¿Pareja? ¡Uy! Pues dinos cómo se llama la Novia... porque tendremos que invitarla.

-¡Ah no, Ilustrísima Tía Tita!... ¡Yo a la boda llevaré a mi pareja y punto! No hace falta más.

-¡Uy! De eso nada... porque las mesas han de estar completas y en el restaurante de lujo de Illescas hay que poner todos y cada uno de los nombres. Así que, Sr. Obispo... dime como se llama la afortunada.

-¡Pero tía Tita! ¿Y si es un maromo?

-¡Por dios! ¡Un maromo! De eso nada... A mí, maromos no... ¡qué va decir la gente, por dios!

-Tía tía: voy a ser el protagonista de tu boda, voy a llevar al Negro de tu vida. Ya lo verás... Tus hijos van a quedar por los suelos.... Ya te lo advierto.

Ahora estoy esperando la invitación...

Y... digo yo... ¿he de ir sólo o acompañado a la boda de mi Tía Tita?