Monaguillos de la Alegría.

Pues sí... Ahora resulta que Pimfito tonteaba con los monaguillos de su parroquia... y.. ¡claro! Leyendo su último panel, me ha devuelto a mis tiempos en que uno era Monaguillo.
Porque, yo... yo -entre otras cosas- fui Monaguillo... Y Monaguillo de la Alegría.
Y es que en mi parroquia rural, eso de ser Monaguillo era una forma de consideración cuasi-divina. Y si uno quería ser reconocido como lo más especial de la villa, únicamente tenía que solicitar el ingreso al Cuerpo Oficial de Monaguillos del Estado... o sea, verse inscrito en un letrero que era titulado "Los Monaguillos de la Alegría" y que estaba colocado en la Sacristía de la Parroquia. Al ser inscrito, se te adjudicaba un número y por orden semanal riguroso, los monaguillos iban sirviendo -que no sirviéndose- al altar como dios manda y como disponen los cánones eclesiásticos. ¡He dicho! Para algo extiste el Código de Derecho Canónico que es desconocido por la generalidad de lo humano.
Y claro... formalmente, los monaguillos lucíamos unos habitotes que ya los quisiera la Duquesa de Alba para contraer matrimonio: habitotes de colores, cuya intensidad iba aumentando según uno iba creciendo. Así, yo pasé por todos los colores: la gama de azules que indicaba que tenías seis o siete años, la gama de rojos que indicaban que ya tenían pelillos en los huevos y el blanco infinito que indicaba que en unos meses, lo de monaguillo se acababa porque ya incluso te iba a salir bigote.
Como monaguillo, yo observaba la Iglesia por dentro. Bueno... observaba a una Iglesia idealizada porque con los años uno se iba dando cuenta que la Iglesia ni era lo que uno pensaba ni ofrecía las soluciones que se ofertaban en los púlpitos. Más que nada, porque los curas translucían una humanidad tan grande, que al final te dabas cuenta que eran un compendio de vicios y de inmoralidades. Inmoralidades humanas -los había, por ejemplo, entregados al vicio amargado y amargante de la bebida- e inmoralidades divinas -el entendimiento del altar no como un servicio público sino como un medio de vida-.
Pero aquellos años de Monaguillo me sirvieron a mí para abrir mis posiciones. En Primer lugar porque yo he sido siempre un chaval muy tímido y bastante sensible. De esos que, con un espíritu de observación enorme, me veía afectado por cualquier situación hasta el extremo de producirme hasta el llanto. El ser Monaguillo me sirvió para superar -un poco- mi timidez. Superarla en parte, porque aún lucho con ella diariamente. Todos aquellos que somos muy extrovertidos -al exterior- somos tremendamente tímidos en nuestro interior... y mi coraje extrovertido no es sino una forma de superar mi enorme timidez.
En segundo lugar, aquello me sirvió para salir de casa y enfrentarme un poco al mundo. Porque el Colegio de los Monaguillos era beneficiario de excursiones parroquiales a los lugares cercanos -generalmente de la Provincia-.
Y en tercer lugar, siendo Monaguillo se incrementó mi gusto por la historia y por el arte. Mi afán por las antigüedades religiosas y por los oros finos de columnas y retablos... hasta tal punto que ahora mismo considero que una casa no está bien decorada si no tiene unas columnas barrocas o renacentistas en el recibidor o una buena antigüedad en el salón.
Lo cierto es que yo guardo buenos recuerdos de aquellos días. Nada que ver con las oscuras historias de monaguillos abusados y engañados... no... nada de eso. He de reconocer que el párroco de mi niñez, a pesar de sus vicios -nunca sexuales- tenía enormes virtudes y en general, era una persona buena, aunque con un genio daliniano bastante peculiar.
De aquellos días me queda un apegamiento eclesial que aunque peculiar, hace que me considere creyente... a mi forma y manera, pero creyente. A fin de cuentas, todo el mundo es creyente a su forma... y los comehostias nunca me han inspirado mucha confianza... porque yo siempre he pensado que aunque se coman hostias todos los días, se machacan la polla igualmente... con lo cual, pasan de todo eso del pecado mortal... jajajaj!. Porque... ¡vamos a ver! ¿quién no ha visto a esos chavales de comunción diaria? ¿qué pasa? ¿que esos no se la machacan o qué?... Pues sí, señores... se la machacan igual.
En todo caso, llegados mis 15 o 16 ya era hora de plantar... y claro... los hábitos ya no me quedaban tan elegantes. Me quedaban chicos e iba enseñando las rodillas por debajo... así es que, tuve que poner fin a esa etapa de forma prematura por mi altura... ¡qué le vamos a hacer! además de tenerla grande, soy alto... jajajaj! Y... claro! el irme a estudiar fuera, ya fue el colofón a aquella etapa pues a los pocos días vi que ya no estaba en el listado de "Los Monaguillos de la Alegría". Ahora había pasado a otro tipo de listado, un poco más peculiar.


PD Ésto se lo dedico a Pimfito... para que vea que yo también sé de Monaguillos... jajajaj! ¡y qué Monaguillos!!!!!!